Dos amigos, tras varios años estudiando y trabajando en un taller, habían finalizado su formación para convertirse en zapateros.
Hablaban ahora de cumplir su gran sueño, montar cada uno de ellos su propio negocio.
Pero como en su ciudad ya había muchas zapaterías decidieron buscar otro lugar. Se rumoreaba que había una isla lejana en la que aún no habían abierto ninguna zapatería.
Así que decidieron cada uno de ellos montar su propio establecimiento allí.
Tras casi un año en la isla ambos volvieron para hacer una visita a sus respectivas familias.
El primero de ellos, en cuando llegó a casa de sus padres, entró triste y desolado.
-Hola, hijo -le recibieron-, pero… ¿qué ocurre? ¿Cómo ha ido el negocio?
-La verdad es que bastante mal -contestó disgustado- creo que voy a tener que cerrar.
-Pero, ¿y eso? ¿Qué ha ocurrido?
-No os lo vais a creer, pero allí nadie lleva zapatos, todo el mundo va descalzo.
A los pocos días, el segundo zapatero regresó también a la ciudad a ver su familia. En cambio este llegó muy alegre e ilusionado.
En cuanto entró en casa, sus padres le preguntaron:
-¿Qué tal va el negocio, hijo?
-Muy bien, muy bien, la verdad es que en breve tendré que contratar a alguien para que me ayude, pues yo solo ya no puedo atender a tantos clientes.
-¿Y eso?
-No os lo vais a creer, pero allí nadie lleva zapatos, todo el mundo va descalzo.